NO MATARÁS

martes, 15 de abril de 2008

 

– Bueno ya ha llegado la hora – se dijo Verdugo.

Apuró el cigarro y puso en marcha el coche. Esta vez había conseguido un coche que le encantaba y además perfecto para su trabajo. Se trataba de un Dodge Nitro, grande, potente y con un gran parachoques delantero. Lástima que lo fuera a disfrutar por poco tiempo. Lo había tomado prestado de un lujoso restaurante donde se hizo pasar por un aparcacoches. Con un coche de ese precio esperaba que el dueño tuviera seguro a todo riesgo y sino es que era bobo.

Notaba todo el poder de los más de 200 caballos del todoterreno. El cuentakilómetros empezó a subir. 90, 100, 110… ¡UFFF! Por que poco no se estampa contra un camión. 120, 130…Vio a su objetivo justo donde esperaba, al final de la recta, en sentido contrario. Este iba en un utilitario común y parecía respetar el límite de velocidad.

– Muy bien cabrón como siempre en el mismo lugar y a la misma hora, así me gusta. Las cosas bien hechas, bien parecen.

El conductor suicida se desabrochó el cinturón que hasta entonces había llevado puesto. Verdugo no temía por su vida, no por esta. Cuando casi había llegado a su altura giró bruscamente el volante para que al otro no le diera tiempo a reaccionar. Quería asegurar la presa así que también procuró impactar de lleno contra el conductor.

– ¡Esto va a doler! – comentó Verdugo con resignación – Menos mal que no estoy en tu pellejo.

La colisión fue brutal. Verdugo salió despedido del vehículo en el acto y su cuerpo fue dando tumbos por el asfalto durante casi cien metros. Murió al instante pero con mucho más dolor del que recordaba. El otro pobre diablo no tubo tanta suerte, su coche se estrujó como si fuera papel contra el tremendo parachoques del todoterreno. Su cuerpo se quedó embutido en una lata de metal. Tardó treinta largos y agónicos minutos en morir. Para cuando las asistencias llegaron ya nada pudieron hacer por los accidentados.
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En la estrecha carretera comarcal a las afueras de Madrid dos hombres se habían dejado la vida. Ya estaba anocheciendo. Las luces de las ambulancias y de la policía refulgían y daban un colorido aun más dantesco a la escena que allí se desarrollaba.

– ¿Sargento, qué ha ocurrido aquí? – preguntó el juez que había acudido al levantamiento de los cadáveres.

– Dos muertos por colisión frontal. – confirmó el sargento de la .

– ¿Se sabe algo de las víctimas?

– El que conducía el Dodge no llevaba documentación encima. Pero sabemos que esta misma tarde habían denunciado el robo del coche. Seguro que se trata de un caco que quiso correr con su coche nuevo. – dijo con sarcasmo mientras miraban el cuerpo tirado en mitad de la carretera.

Los dos volvieron la vista hacia el utilitario. El juez sólo se pudo imaginar como había quedado el cuerpo de la segunda víctima porque se encontraba tapado por una sábana blanca. Todavía el cuerpo seguía dentro a la espera del permiso del juez.

– Los bomberos dicen que no saben si podrán sacarlo de una sola pieza. – comentó el policía mientras tragaba saliva.

– Pobre hombre, seguro que cuando se despertó esta mañana no imaginó que acabaría así.

– No se crea. Este hombre había salido en libertad provisional esta misma semana. Adivine su delito. Conducción temeraria y homicidio imprudente de un matrimonio y sus dos hijos. Les sacó de la carretera con su coche mientras iba borracho. Aunque suene cruel parece que ha habido justicia divina. – concluyó el sargento.

– Si, justicia divina… – afirmó taciturno el juez.
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Cinco días más tarde los que habían orquestado el accidente de tráfico se reunieron como era habitual en ellos. Como siempre eligieron el mismo lugar, el confesionario de la iglesia de Santa Cruz, en la madrileña calle de Atocha y cerca del Ministerio de Asuntos Exteriores.

– Ave María Purisima. – dijo el padre Romano.

– Sin pecado concebida. – le replicó el pecador. – Bendígame padre porque he pecado.

Has tardado mucho, creíamos que habías abandonado.

– ¡Joder padre no se crea que es tan fácil resucitar! Ya sabe, Jesús tardó tres días y eso que era el hijo de Dios. Yo podía haber tardado incluso menos pero no quería ser mejor que él – y dejó escapar una ligera carcajada.

– ¡Verdugo! ¡Basta de blasfemias, como sigas así serás devuelto a donde te encontramos!

– ¿Quién lo hara? ¿Usted? Disculpe padre pero ÉL es el único que tiene poder para hacerlo. Usted sólo es un intermediario. Es más, estoy seguro que usted no ha hablado nunca directamente con ÉL. ¿Además hay alguien que pueda hacer este tipo de trabajos a parte de un servidor?

El cura enrojeció de ira dentro del confesionario, no por las blasfemias, no por las burlas, no por las fanfarronadas. Los que más le hirió es que Verdugo llevaba razón, pese a su fe el Padre Romano nunca había hablado con ÉL, mientras que esa sabandija de Verdugo si. Después de unos segundos en silencio se calmó y prosiguió con la conversación.

– Bien, estamos contentos con tu trabajó. Este último ha sido poco sutil pero efectivo. Dos días más tarde ese hombre habría provocado otras dos muertes en la carretera. Descansa unos días, ya te entregaremos nuevas instrucciones.

– Si vale, lo que usted diga. – Verdugo hizo el ademán de levantarse, ya se aburría de estar allí.

– ¡Un momento! – levantó la voz el padre y seguidamente susurró mientras hacía la señal de la cruz - Ego te absolvo a peccatis tuis in nomine Patris, et Filii, et Spiritus Sancti.

Serafín Verdugo salió del confesionario sin decir nada pero algo le hizo mirar, como siempre, hacia la capilla que dejaba a su izquierda. Allí un santo le miraba con cara misericordiosa como absolviéndole también de sus pecados.

– Es San Judas Tadeo, el patrón de las causas perdidas – dijo una voz envejecida.

– Lo sé – es lo único que acertó a decir mientras pasaba al lado de la anciana que le había hablado.

Salió a la calle y Serafín Verdugo notó el aire frío del invierno ya entrante. Estaba cansado y tenía ganas de dormir. Pero antes necesitaba un trago. Un buen trago de bourbon. Conocía el bar perfecto y allí estaría ella, detrás de la barra como todas las noches. Y se dio cuenta de que también tenía ganas de volver a ver su cara angelical.

2 comentarios:

Lauss dijo...

curioseando x ahi he llegado hasta tu blog y tengo q decirte q este relato me ha gustado mucho.
curioso concepto el de la "justicia divina"...

Javi dijo...

Ey, muy chulo el relato... Y parece que podría tener continuación jejejeje